“Buenos Aires crece descontrolada e imperfecta. Es una
ciudad súper poblada en un país desierto. Una ciudad en la que se yerguen miles
y miles y miles de edificios sin ningún criterio. Al lado de uno muy alto, hay
uno muy bajo. Al lado de uno racionalista, hay uno irracional. Al lado de uno
estilo francés hay otro sin ningún estilo.
Probablemente, estas irregularidades
nos reflejen perfectamente. Irregularidades estéticas y éticas. Estos edificios
que se suceden sin ninguna lógica demuestran una falta total de planificación.
Exactamente igual que en nuestra vida. La vamos haciendo sin tener la más
mínima idea de cómo queremos que nos quede.
Vivimos como si estuviésemos de
paso en Buenos Aires. Somos los creadores de la cultura del inquilino. Los
edificios son cada vez más chicos para darle lugar a más edificios, más chicos
aún.
Los departamentos se miden en ambientes y van desde los excepcionales 5
ambientes, con balcón terraza, playroom, dependencia de servicio, hasta el mono
ambiente o caja de zapatos. Los edificios, como casi todas las cosas pensadas y
hechas por el hombre, están hechas para que nos diferenciemos los unos de los
otros. Existe un frente y un contrafrente. Están los pisos altos y los bajos.
Los privilegiados son identificados con la letra A, excepcionalmente la B.
Cuánto más progrese el abecedario, menos categoría tiene la vivienda. Las
vistas y la luminosidad son promesas que rara vez coinciden con la realidad.
¿Qué se puede esperar de una ciudad que le da la espalda a
su río?
Yo estoy convencido de que las separaciones o divorcios, la
violencia familiar, el exceso de canales de cable, la incomunicación, la falta
de deseo, la abulia, la depresión, los suicidios, las neurosis, los ataques de
pánico, la obesidad, las contracturas, la inseguridad, el hipocondrismo, el
estrés y el sedentarismo son responsabilidades de los arquitectos y empresarios
de la construcción.
De estos males, salvo el suicidio, padezco todos.”
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