miércoles, 29 de agosto de 2012

Compulsión a la repetición


Enciendo un cigarro en silencio,
trato de detener el devenir constante de los minutos,
sin nadie alrededor que nuble mis pensamientos.
El humo quema mi garganta y sale desesperado por mi boca,
nunca dura mas de tres minutos;
apenas lo enciendo su vida está contada,
es corta y evanescente.

En los dias de frio y tristeza,
se acaba apenas empieza a arder.

Fumo para olvidar,
para obligar a mis pensamientos a estar quietos,
a no desbocar y estrellarse contra la realidad,
sin embargo el cigarro se acaba y quedo de nuevo como al principio,
sentada, sola y con los pensamientos fluyendo a mil por hora.

La sensación agridulce que queda en mi boca no es nada comparada a la que queda en mi alma.

Me pregunto si al fumar acelero mi muerte a propósito,
como si ya la vida me pesara a pesar de mis cortos años y la buena suerte que he tenido en alguna que otra cosa.
Miro la caja llena de minutos que restarle a mis pulmones y debato si debo encender otro o no.
Mis manos tiemblan,
mi pecho se acelera,
la tensión crece,
mi boca esta seca,
y grito;
nadie escucha.

No soporto la tentación,
saco otro,
lo fumo a bocanadas desesperadas,
un minuto, tal vez dos,
muere.
Muere otro cigarro y mi ansiedad no acaba.
Al parecer el tabaco hace que la existencia sea mas difícil de soportar en lugar de ayudarme.
Y así, de nuevo, regreso al punto inicial.

Mi cuerpo está enfermo,
reclama descanso,
mi cabeza confusa
no soporta otra fantasia,
de esas que engarza el deseo.
Mi corazón rendido agita una bandera,
pidiendo a gritos un dialogo de paz, un acuerdo, un trato.
Al parecer soy mi peor enemiga y a pesar que lloro sigo dañando poco a poco lo que queda.


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