Vista desde mi antigua ventana: El "palo e' mango" y el río Magdalena |
Una de las tantas cosas propiamente barranquilleras es escuchar un poco antes que caiga el sol, el canto alegre de los pericos en los diferentes barrios de la ciudad. En el departamento en el que viví cerca de dos años, tuve el privilegio (y a veces no tanto) de escuchar desde mi ventana el canto de estos; al vivir en un tercer piso y al lado de un frondoso "palo 'e mango" tenia como vecinos a estos pajaritos que todos los días a las cinco y pasadas de la tarde se ponían a conversar continuamente hasta que por cosas que sabrán los ilustres expertos, se detenían con el atardecer.
Su canto funciona a manera de reloj natural, ese que muchas veces me molestaba porque interrumpía mis siestas, y ya cuando era un poco mas seria y responsable me avisaba que la jornada de trabajo terminaría pronto y podía volver a casa.
Fueron innumerables las veces que caminé por las calles de Ciudad Jardín, donde se localiza mi antiguo trabajo vespertino, acompañada de su canto. Los que han pasado por el Hospital Metropolitano o viven cerca lo saben de primera mano, hay cientos y cientos de periquitos regados en los diferentes arboles de la zona.
¿Se preguntarán ustedes a que viene toda esta retahíla nostálgica?
Y bueno, entre muchas de las cosas que no tengo estando tan lejos de Colombia es precisamente el canto de los pájaros, el de los pericos y el de muchos otros. Al vivir en capital todos los sonidos que escucho son de automóviles, sirenas de ambulancias y la de los bomberos (vivo a una cuadra de la estación), motos y argentinos.
En realidad no me había percatado de lo anterior hasta que en mi segunda ida a Tigre y caminando por su calles en silencio (si, estaba callada y no hablando como de costumbre) escuché de repente el canto de estos queridos pajaritos. Debo admitir que mientras caminaba no estaba en el mejor animo, en realidad estaba un poco melancólica y nostálgica, situación que ya me es normal cuando hace frío, y estando casi al borde de las lágrimas escuché los pericos. Las lagrimas saltaron de mis ojos, pero no fue de tristeza, sentí una hinchazón en el pecho de calidez y felicidad, algo tan pequeño como este suceso, me recordó mi casa, me recordó la brisa de Barranquilla, la comodidad de mi viejo cuarto, la sensación de que todo puede ser mejor, los ajetreos en el trabajo casi al final de la tarde, saber que mi mamá llegaría pronto a casa y escuchar en el otro cuarto a mi hermano arreglandose para ir a la Universidad. En esos breves segundos una explosión de recuerdos y sensaciones me sacaron de esa turbia somnolencia existencial y me despertaron hasta la medula.
Es difícil tratar de explicarles y hacerles sentir lo que viví, pero fue una de las experiencias mas bonitas que he vivido en Argentina. La naturaleza tiene sus formas de mostrarte lo bella que es la vida, y lo cerca que estamos a pesar de lo lejos.
Si escuchan los pericos mañana a eso de las cinco, recuerden que una coterránea extraña su canto y extraña su tierra y desea una nueva oportunidad de escucharles mientras camina por las calles de la Arenosa.
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