lunes, 6 de agosto de 2012

1


Recuerdo la primera vez que te vi,
era una tarde calurosa,
la falta de estaciones juega una mala pasada,
siempre hace calor,
incluso cuando llueve y ese dia no fue la excepción.
Estabas a unos pasos de distancia,
reconocí tu rostro de inmediato,
esos ojos negros y punzantes que ya antes habían capturado mi atención,
esos ojos que preferí evitar,
por eso de lo evidente que soy.
La actividad inició sin retrasos,
escuché tu voz por vez primera,
grave, sonora, fuerte y cálida,
cálida como esa tarde bajo los arboles.
Tu voz era una invitación.

Tu voz se mantuvo en silencio por un par de años.

Nuestros caminos se cruzaron de manera aleatoria,
pero ni tu, ni yo prestamos atención, o tal vez si y preferimos ignorarlo.
Pero la tercera (o tal vez cuarta) era la vencida,
y otra vez escuché tu voz cálida, esta vez en una noche lluviosa.
Otra vez evité tus ojos negros y punzantes,
por eso de lo evidente que soy.
Sin embargo no nos ignoramos,
poco a poco y como quien no busca tesoros nos acercamos,
hablamos, 
reímos,
y hasta lloramos.

Me pregunto si tendremos una quinta (o tal vez sexta) oportunidad de cruzar nuestros caminos,
y no de manera aleatoria.
Y escuchar de nuevo esos ojos, y mirar tu voz,
ambas cálidas y frescas, 
ingenuas pero fuertes. 
Pero sobre todo tuyas,
especialmente tuyas.




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