Sala de psicopatología
Alejandra Pizarnik
Alejandra Pizarnik escribió este poema en 1971, durante su
estadía en el Hospital Pirovano. El texto fue mecanografiado y tenía
correcciones a mano de la autora. No conocemos los datos de publicación.
Alejandra Pizarnik nació en 1936 y se mató en 1972, en Buenos Aires.
Después de años en Europa
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,
Santillana del Mar, Marbella,
Segovia, Ávila, Santiago,
y
tanto
y tanto
por
no hablar de New York y el del West Village con ras-
tros de muchachas estranguladas
-quiero que me estrangule un negro -dijo
-lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con
vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que
frecuenté
en las mejores playas de Europa)
y como soy tan
inteligente que ya no sirvo para nada,
y como he soñado
tanto que ya no soy de este mundo,
aquí estoy, entre
las inocentes almas de la sala 18,
persuadiéndome día
a día
de que la sala, las
almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des-
tino,
-una señora
originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no
figura en el mapa dice:
-El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo
aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama
mía.
Nietzsche: "Esta
noche tendré una madre o dejaré de ser."
Strindberg: "El
sol, madre, el sol."
P. Eluard: "Hay
que pegar a la madre mientras es joven."
Sí, señora, la madre
es un animal carnívoro que ama la vegetación
lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas,
ignorante del sentido
de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a
aire,
pero luego una
quiere volver a entrar en esa maldita concha,
después de haber
intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi
útero
(y como no puede,
busco morir y entrar en la pestilente guarida de
la oculta ocultadora cuya función es ocultar)
hablo de la
concha y hablo de la muerte,
todo es concha,
yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí
orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo,
la Ein-
stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del
abrirse camino
entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la
roña!
Ustedes, los
mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
¿se casarían
con el leproso?
Un instante de
inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
sí de eso son
capaces,
pero luego
viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
ustedes:
-¿Podrías hacer
un chiste con todo esto, no?
Y
sí,
aquí en el
Pirovano
hay almas que
NO SABEN
por qué
recibieron la visita de las desgracias.
Pretenden
explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
la sala -verdadera
pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-
rror, y el desorden,
y la soledad de los días habitados por anti-
guos fantasmas
emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
infancia.
Oh, he besado
tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
llena de carne de
prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
la mejoría.
Pero
¿qué cosa curar?
Y ¿por dónde empezar
a curar?
Es verdad que la
psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es
casi tan bella como el suicidio.
Se habla.
Se amuebla el
escenario vacío del silencio.
O, si hay silencio,
éste se vuelve mensaje.
-¿Por qué está
callada? ¿En qué piensa?
No pienso, al menos
no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina-
gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy
humeda. Soy
una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija
así y coger-
me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin
duda
me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una
buena
frigidez.
Húmeda.
Concha de corazón
de criatura humana,
corazón que es un
pequeño bebé inconsolable,
"como un niño
de pecho he acallado mi alma" (Salmo)
Ignoro qué hago en
la sala 18 salvo honrarla con mi presencia
prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a
anularla)
oh no es que quiera
coquetear con la muerte
yo quiero solamente
poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a
fuerza de prolongarse,
(Ridículamente te
han adornado para este mundo -dice una voz
apiadada de mí)
Y
Que te encuentres
con vos misma -dijo.
Y yo dije:
Para reunirme con el
migo de conmigo y ser una sola y misma enti-
dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el
con y, de
de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica
supliciante finaliza en
la fusión de los contrarios.
El suicidio
determina
un cuchillo sin hoja
al que le falta el
mango.
Entonces:
adiós sujeto y
objeto,
todo se unifica como
en otros tiempos, en el jardín de los cuentos
para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
ese jardín es el
centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio
vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento
de la fusión
y del encuentro,
fuera del espacio
profano en donde el Bien es sinónimo de evolu-
ción de sociedades de consumo,
y lejos de los
enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-
te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
lejos de las
ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar-
dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los
suburbios malsanos
por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida
niña que
no has tenido madre (ni padre, es obvio)
De modo que
arrastré mi culo hasta la sala 18,
en la que finjo
creer que mi enfermedad de lejanía, de separación
de absoluta NO-ALIANZA con Ellos
-Ellos son todos y
yo soy yo-
finjo, pues, que
logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de
buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán
ayudar,
pero a veces -a
menudo- los recontraputeo desde mis sombras in-
teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la
profundidad,
cuanto más profunda, más indecible) y los puteo por que
evoco a mi
amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca
lo será nin-
guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,
pero mi viejo se me
muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen
cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo
agoniza en la
miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por
haber afron-
tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma,
por haber
hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues
las mone-
das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en
un recin-
to lleno de espejos rotos y sal volcada-
viejo remaldito,
especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos,
cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,
y cabe decir que
siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos
un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,
oh, es a vos que mi
tesoro fue confiado,
te quiero tanto que
mataría a todos estos médicos adolescentes para
darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un
siglo más,
(vos, yo, a quienes
la vida no nos merece)
Sala 18
cuando pienso en
laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura
continua,
15 ó 20 horas
escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal
errante,
porque -oh viejo
hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar
la herida?
El alma sufre sin
tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan la herida que
supura.
El hombre está
herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
"Cambiar la
vida" (Marx)
"Cambiar el
hombre" (Rimbaud)
Freud:
"La pequeña A.
está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)
Freud: poeta
trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos
de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi
amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su
Diario cosas
como:
"Él le había
puesto nombre a sus dos pantuflas"
Algo solo estaba,
¿no?
(Oh, Lichtenberg,
pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a
Kafka
a quien le paso lo
que a mí, si bien él era púdico y casto
-"¿Qué hice
del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no exis-
te otra;
pero le pasó (a
Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos
en la soledad
y supo -tuvo que
saber-
que de allí no se
vuelve
se alejo -me alejé-
no por desprecio
(claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es
extranjera
una es de otra
parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la
tenebrosa
ambigüedad del
lenguaje
(no es lo mismo decir
Buenas noches que decir Buenas noches)
El lenguaje
-yo no puedo más,
alma mía, pequeña
inexistente,
decidíte;
te la picás o te
quedás,
pero no me toques
así,
con pavura, con
confusión,
o te vas o te la
picás,
yo, por mi parte, no
puedo más.
1971